Llegué a Burgos en una noche oscura y tormentosa, muy al estilo de Snoopy cuando escribe sus novelas en la máquina de escribir, solo que en mi versión no había ni un perro ni su caseta, sino una buena dosis de frío… ¡mucho frío! No tenía idea de que me estaba trasladando al que seguramente es el congelador oficial de España.
Las primeras semanas fueron, digamos, una prueba de resistencia: hacer amigos mientras mi cara estaba congelada, aprender un idioma (y no… no se trata solo, como pensaba, de poner la «s» al final de cada palabra de mi vocabolario italiano) y adaptarme a un trabajo nuevo, todo a la vez. Un combo letal que, al principio, me puse en modo “supervivencia” total. Si a esto le añadimos que cada mañana me despertaba pensando que quizás me había mudado a la Antártida por error, es fácil entender que mis primeras semanas no fueron precisamente un paseo por el parque. Pero, claro, como en cualquier feliz aventura, el desastre inicial fue el preludio de lo mejor.
Con el tiempo, esos desafíos que al principio parecían insuperables empezaron a transformarse en oportunidades de crecimiento personal. Lo que antes me llenaba de incertidumbre, como adaptarme al idioma o establecer nuevas relaciones, se convirtió en una fuente de aprendizajes valiosos.
Es muy difícil condensar en pocas palabras todas las aventuras de lo que ocurrió estos meses… El voluntariado con la asociación Ábrego y las muchas oportunidades que me ha ofrecido Brújula han sido, sin duda, una pieza clave y el impulso de muchas de estas enriquecedoras experiencias. A través de ellas, no solo me conecté con proyectos locales, sino que también tuve la oportunidad de recorrer parte del norte de España. En estos viajes, he conocido iniciativas centradas en el respeto al medioambiente, la sostenibilidad y el desarrollo rural: todas experiencias que me han abierto los ojos a una España distinta, lejos de los clichés, y me han llevado a reflexionar sobre todo sobre nuestra relación con la naturaleza, la justicia social y nuestras responsabilidades compartidas como seres humanos.
Este año, que ahora llega a su fin, ha sido mucho más que una simple etapa de adaptación; ha sido una especie de “curso intensivo” sobre cómo la vida puede ser realmente bella y más sencilla de lo que a menudo nos parece. Cada experiencia, proyecto y conexión ha sido como una lección de crecimiento personal, dándome una visión más clara de cómo quiero vivir en armonía con el entorno, las personas… ¡y hasta con la temperatura de Burgos! Así que aquí estoy, lista para enfrentar lo que venga, o al menos para sobrevivir otro invierno en el norte de España 😉
Francesca