Del voluntariado en El Puchero de Villasur esperaba recoger inspiración sobre agroecología y vida en comunidad, para poder llevar a cabo mi proyecto comunitario soñado en mi país. Pero, aparte de eso, descubrí un mundo completamente nuevo de la cultura de los pueblos, que, aunque esté amenazada, me sorprendió por su generosidad y gente luchadora.
Aquí están mis 7 observaciones y aprendizajes de 6 meses formativos en Castilla y León.
- El norte de España es diferente
El norte de España, especialmente Castilla y León, es realmente diferente. No solo por el frío. Se dice que está vacío. Mientras que ciudades como Barcelona, Bilbao o Madrid vivían un gran boom, las personas de los pueblos abandonaron los campos y praderas y se fueron a trabajar a las ciudades. Hoy en día, cuando pasas en coche por Castilla y León, la segunda comunidad autónoma más grande de España, ves uno tras otro pueblos medievales que parecen escenarios de películas. Son hermosos, pintorescos y deshabitados. Se habla de pueblos muertos, donde no vive casi nadie.
Por otro lado, aquí he encontrado mucha gente valiente que intenta Make el medio rural cool again. Personas que devuelven la vida a pueblos abandonados, organizando festivales y rutas en bicicleta, cultivando campos antes descuidados y recuperando tradiciones de sus abuelos.
Creo que la «España vaciada» es un lugar muy interesante para cualquiera que quiera observar cómo construir comunidades y redes, luchar por la justicia social y crear una revolución cultural.
- Los revolucionarios de El Puchero
También El Puchero de Villasur, donde pasé probablemente los 6 meses más formativos de mi vida, está formado por revolucionarios. Román, el fundador de El Puchero, dejó Madrid a los 30 años y se mudó a un pueblo en medio de la España vaciada – Villasur de Herreros, de donde eran sus padres. Primero abrió una panadería, que se hizo famosa en toda la provincia. Después empezó a cultivar verduras usando métodos tradicionales y ecológicos, y a llevarlas a la gente en la ciudad. Así nació El Puchero de Villasur.
Como dice Román, El Puchero es algo entre un negocio, una comunidad y una familia. Además de Roman y su familia, viven y trabajan aquí Víctor, Isa con su familia y Gabriele, quien empezó como voluntario europeo, pero para gran alegría de todos los señores y señoras, decidió quedarse en Villasur.
Aparte del campo, El Puchero también maneja los bosques vecinales, donde crían caballos y aprovechan la leña de ahí. Es una forma de cuidar del territorio, que también tiene larga tradición. Se vive con la lógica que yo estoy bien, si mi vecino está bien, si mi comunidad y mi territorio está bien.
- Aquí comemos bien, aquí comemos juntos
Probar comida casera de los ingredientes locales es para mí la inmersión más profunda en una cultura. En Villasur, cada día cocinaba alguien diferente y siempre comíamos juntos. Era como comer todos los días en un restaurante tradicional con cocina auténtica: paella, morcilla, guisos, alubias, tortillas, licor casero de pacharán…
Aunque en Villasur normalmente viven cerca de 30 personas, cada semana pasan por el pueblo amigos y conocidos – apicultores, músicos, viticultores, granjeras, pastores, que devuelven la vida a su región y las tradiciones olvidadas. Revolucionarios. Es un rollo cuando preparas una comida para diez personas y de repente Román te dice que vendrán quince. Pero como se dice, nos apañamos y las conversaciones en la mesa con los viajeros siempre valen la pena.
- La fiesta y el momento más mágico
Durante la semana de fiestas, el pueblo se llena de gente de todos lados. La propia fiesta de Villasur fue una experiencia, ya que comenzó el martes por la mañana con un desayuno y vino en la plaza, continuó con el montaje del bar en conjunto, elaboración de las morcillas con las señoras del pueblo, conciertos que terminaron al amanecer y finalizó el domingo con una cena comunitaria para 400 personas.
La cena comunitaria fue uno de los momentos más mágicos de mi voluntariado. Los vecinos prepararon la comida. Quien quiso, ayudó a preparar la plaza y a colocar las mesas. Todos trajeron su propia silla y platos, y comimos todos juntos. Fue una sensación extraña. Me sentí completamente segura. Sentí que formaba parte de algo más grande y que, si me pasaba algo, la comunidad me apoyaría. Este sentimiento de seguridad y comunidad es algo que, aunque es difícil de describir con palabras, quiero llevar conmigo a mi país y a mi futura comunidad.
Me encanta la palabra el pueblo en español. Por lo que en inglés u otros idiomas hay dos palabras distintas – «village» y «people» – en español es una sola palabra – el pueblo. Y durante la cena comunitaria con mis 400 vecinos, sus familias y amigos, en la preparación de la que hemos casi todos participado, lo entendí. El lugar lo hace la gente.
- Una vida más bonita sin espejo
Comenzábamos a trabajar a las 8:30. En verano, para evitar el calor del mediodía, nos encontrábamos en la plaza a las 7:30. Salía de casa a las 7:29 – el lujo de vivir en un pueblo pequeño, donde todos están cerca.
Para mí, como chica de la ciudad, donde es más raro salir de casa sin maquillaje que con él, fue refrescante no tener que preocuparme por cómo me veía, qué ropa llevaba puesta o cómo tenía el cabello. Puede sonar banal, pero fue en el campo cuando me di cuenta de que vivía bastante confundida por Instagram y los ideales de belleza. Mi mayor descubrimiento fue que mi cuerpo no tenía una función estética, sino que puede ser fuerte, cargar un remolque lleno de leña, plantar cientos de coliflores en el sol abrasador, detener a una yegua de 600 kilos o convencerla a ella y a sus amigas, para que se mueven de un prado a otro. Fue sanador. Y cuando al final de un buen día íbamos a la cantina a tomar vermut, no importaba si tenía un good hair day o si fuéramos directamente del campo, cubiertos de barro hasta el cabello. Más sucios, más libres, más campesinos.
- Luchando contra el FOMO
Aunque trabajar en el campo es duro, la vida aquí va más despacio. En la ciudad, siempre me estresaba mi calendario lleno. Casi nunca descansaba. En Villasur no pasaba eso. Aprendí a desacelerar, a pasar tiempo conmigo misma, a escuchar podcasts en el campo o a pensar en el bosque.
A veces me sorprendía que, en lugar de ir a una fiesta o a pasar el fin de semana en Burgos, elegía la tranquilidad y el silencio de nuestro pueblo. Fue algo revolucionario para mí y me sentí orgullosa de valorar el tiempo que pasaba sola conmigo misma.
- ¿Cuándo ya somos demasiado mayores para ser curiosos?
Hay personas que son ordenadas y están contentas con lo que tienen. Y luego están las personas curiosas. Llegué a España dos semanas antes de cumplir 31 años, después de un viaje de varios meses por América Latina. Antes de hacer las maletas de nuevo para pasar otros meses fuera de mi país, me preguntaba si no sería ya demasiado mayor para hacer este voluntariado. 😀
Durante estos seis meses, sin embargo, conocí a muchas personas que están igualmente perdidas a.k.a. curiosas. Voluntarios que no piensan en sí mismos ni en su beneficio, sino que quieren hacer un mundo un poco mejor. Personas que no quieren vivir encerradas en una oficina, que viven de sus ahorros, viajan, exploran, comparten y disfrutan.
Antes de elegir el voluntariado en El Puchero, Bea de Brújula, que presentía mis dudas durante una videollamada, me dijo: Este proyecto no es para todos. Tienes que estar segura. Tenía razón, no es para todos. Yo diría que el voluntariado en El Puchero es para aquellos que son curiosos. Para aquellos que miran más allá del horizonte y prefieren auténticos tesoros escondidos como un pueblo con dos bares y un solo autobús al día, en lugar de las clásicas turísticas. Para aquellos que están listos para largas conversaciones en el campo, pero también para los que saben estar consigo mismos y sus pensamientos, o quieren aprender a hacerlo.
Veronika