Empecé mi aventura en Burgos a finales de noviembre con muchas ganas de empezar algo nuevo y de ponerme a prueba. Si tengo que ser honesta tengo que admitir que el frío de esta ciudad añadido a cuestiones personales, inicialmente congeló todas las ganas que tenía. Así, las primeras semanas de mi experiencia fueron todo lo contrario de una aventura. El esfuerzo de hablar en un idioma que no era el mío, aunque ya un poco lo sabía, el hecho de adaptarme a un ambiente nuevo con actividades diarias que nunca había hecho, traían consigo un cansancio mucho mayor de lo que me esperaba. No sé decir cuándo o qué fue la cosa que me hizo volver las ganas con las cuales había llegado, probablemente es porque, como todo en la vida, no fue, y todavía no lo es, un proceso lineal sino un continuo de altos y bajos.
Seguro que empezar a conocer mejor a mis compañeras de piso y todas las otras voluntarias que iban y volvían me ayudó mucho, pero también apreciar la belleza de esta ciudad siempre recorrida por viento gélido fue lo que me hizo empezar a vivir de verdad esta experiencia. Lo que aún más ha cambiado mi percepción después de las primeras semanas fue el apreciar, y sobre todo entender, mi trabajo. Como voluntaria, trabajo en la asociación Huerteco que, siendo compleja y llena de proyectos, al principio me parecía un poco confusa. Algunos días trabajo en la huerta urbana, otros días voy a las escuela a ayudar con los proyectos de educación ambiental y divulgación sobre la gallina negra castellana, otros estoy con los usuario de adacebur, asociación de daño cerebral adquirido, y otros voy a otra huerta donde está el gallinero.
Todo esto, que ahora es mi normalidad, al principio me parecía un lío enorme. Entonces, poco a poco, gracias a la disponibilidad y el cariño de los trabajadores de Huerteco empecé a entender mi lugar en la asociación y a apreciar lo que hacía. Ahora pensando en estos meses, pienso en todas las pequeñas cosas que estoy haciendo aquí, a las estupendas personas que conocí y a las aventuras que estoy viviendo, como a quel día en que nuestros compañeros de trabajo nos llevaron a hacer espeleología en una cueva hermosa. Además, ahora que mi felicidad depende un poco de qué hortaliza podré recoger en el huerto o si iré a saludar a las gallinas creo que vale la pena vivir también esos momentos de desconsuelo por las experiencias que estoy viviendo.
Estoy muy feliz de mi decisión de irme a esta hermosa y gélida ciudad para aprender cómo trabajar una huerta y mucho más, quería hacer algo distinto de lo que había siempre hecho, y lo estoy haciendo y disfrutando mucho. Y ahora no puedo imaginar un mejor lugar para pasar mi tiempo como persona perdida en el mundo que frente a un bancal de fresas.
Sofia